¿A quién no le gusta recibir algo que lo sorprenda?
Pero lo que realmente recordamos no es el objeto, sino lo que nos hizo sentir: cuando un regalo está planeado desde el significado, hay impacto.
Creemos os que un buen regalo no empieza con la elección del producto, sino con una pregunta: ¿Qué queremos transmitir? Cuando un obsequio refleja los valores de la empresa, reconoce la dedicación o simplemente busca cercanía, el mensaje se vuelve claro. Y eso, desde el comienzo, marca la diferencia.
También es clave pensar en quién lo va a recibir. ¿Qué le interesa? ¿Qué disfruta? ¿Qué podría sorprenderle o resultarle útil? Esto hará que el regalo se sienta más personal, más genuino.
Y si además sumamos un detalle que conecte, como un producto artesanal, una tarjeta con unas palabras pensadas especialmente o incluso una nota hecha a mano, el gesto cobra un valor emocional que va más allá del objeto.
Hace poco trabajamos en dos propuestas muy distintas, pero atravesadas por esta misma lógica.
La primera fue para Parex Klaukol. El objetivo: ofrecer un regalo simple pero de alto valor percibido. La solución fue una caja metálica con el logo aplicado en la tapa, un material muy representativo para la empresa, que combinamos con productos cuidadosamente elegidos para acompañar un jamón serrano. Una propuesta útil, duradera y con identidad.
La segunda fue una acción de fidelización para Ola Mayorista de Turismo. El desafío consistía en crear un regalo gourmet que evocara los sabores de República Dominicana, pensando en sus clientes internacionales. A eso se sumó una invitación a una reunión virtual, convirtiendo el obsequio en una experiencia compartida.
Un buen regalo no termina cuando se entrega. Puede convertirse una historia, una pausa, una emoción compartida. Y, sobre todo, en una forma de construir vínculo desde lo auténtico.